El amor en la literatura de Mario Benedetti. O cómo la rutina puede matar al amor.
La novela, como cualquier género literario, tiene la posibilidad de abrirnos a mundos de fantasía, a historias de odio o amor inconmensurables, pero también, aunque pocas veces, tiene la posibilidad de enfrentarnos cara a cara con la realidad. Con esa realidad que no es motivo de grandes artículos periodísticos: con la cotidianeidad de la existencia y del amor.
La terrenalidad con que Mario Benedetti rodea sus historias y describe sus personajes no es algo que se pueda comprobar sino en la lectura de sus libros. El identificarse con algunos de sus personajes, caracterizados por sutiles patrones de género, o el pensar que lo dicho por alguno de ellos o lo que ellos piensan o hacen es algo que nosotros mismos hacemos o pensamos cada día, es una de las ventajas innegables de la narrativa del autor uruguayo.
El amor es una de las muchas cosas en la vida que carecen de parámetros objetivos para establecer su calidad, incluso parámetros objetivos para establecer su existencia. La vivencia cotidiana, la experiencia evaluada subjetiva y socialmente nos da referencias y establece expectativas vagas y cambiantes sobre nuestras conductas y sobre nuestras actitudes frente al amor. La literatura sobre el amor, en cambio, por pertenecer a lo cristalizado socialmente, por ser un testigo del eje espacio – temporal de lo biográfico, refleja a veces con dureza aquello que no queremos observar como la soledad, el abandono y la tristeza sutil de los días sin amor.
Más desamparada es la identificación repentina con esos personajes sumidos en la rutina que no caen en cuenta de su propia existencia sino hasta el momento de enamorarse para enfrentarse al patetismo de lo vivido hasta ese momento. Es entonces cuando la aplastante realidad de lo cotidiano, sobretodo lo laboral cotidiano, se contrasta con la mesurada aparición de la alegría y del hallazgo de la felicidad en detalles carentes de apoteosis telenovelesca.
Nuestra actualidad, es decir, esta de los incipientes adultos de esta sociedad, es incluso más patética. Sumergidos en oficinas-escritorios asfixiantes y en búsqueda de relajos carentes de toda relevancia emocional, semejamos vagos en territorios vacíos. Al contrario del amor que sienten los personajes de Benedetti, no nos dejamos arrastrar inconscientes en la aparición de la sensibilidad amorosa, de la compañía grata y el sexo tierno. Obviamos tozudamente las cosas buenas para encontrar un alguien que nos mueva al abismo de las emociones.
Y cuando sabiamente decidimos mirar esta otra llamada y nos damos momentos para aceptar estas sobrias maravillas, tendemos pronto a enterrar en la rutina de los ratos libres a ese otro que nos ha ofrecido su abrazo tranquilo para descansar y amar. Una vez más la novela simple y transparente nos da la posibilidad de revisar, absortos en esas agridulces escenas imaginadas por el octogenario escritor, la melancolía de lo que queremos.
La terrenalidad con que Mario Benedetti rodea sus historias y describe sus personajes no es algo que se pueda comprobar sino en la lectura de sus libros. El identificarse con algunos de sus personajes, caracterizados por sutiles patrones de género, o el pensar que lo dicho por alguno de ellos o lo que ellos piensan o hacen es algo que nosotros mismos hacemos o pensamos cada día, es una de las ventajas innegables de la narrativa del autor uruguayo.
El amor es una de las muchas cosas en la vida que carecen de parámetros objetivos para establecer su calidad, incluso parámetros objetivos para establecer su existencia. La vivencia cotidiana, la experiencia evaluada subjetiva y socialmente nos da referencias y establece expectativas vagas y cambiantes sobre nuestras conductas y sobre nuestras actitudes frente al amor. La literatura sobre el amor, en cambio, por pertenecer a lo cristalizado socialmente, por ser un testigo del eje espacio – temporal de lo biográfico, refleja a veces con dureza aquello que no queremos observar como la soledad, el abandono y la tristeza sutil de los días sin amor.
Más desamparada es la identificación repentina con esos personajes sumidos en la rutina que no caen en cuenta de su propia existencia sino hasta el momento de enamorarse para enfrentarse al patetismo de lo vivido hasta ese momento. Es entonces cuando la aplastante realidad de lo cotidiano, sobretodo lo laboral cotidiano, se contrasta con la mesurada aparición de la alegría y del hallazgo de la felicidad en detalles carentes de apoteosis telenovelesca.
Nuestra actualidad, es decir, esta de los incipientes adultos de esta sociedad, es incluso más patética. Sumergidos en oficinas-escritorios asfixiantes y en búsqueda de relajos carentes de toda relevancia emocional, semejamos vagos en territorios vacíos. Al contrario del amor que sienten los personajes de Benedetti, no nos dejamos arrastrar inconscientes en la aparición de la sensibilidad amorosa, de la compañía grata y el sexo tierno. Obviamos tozudamente las cosas buenas para encontrar un alguien que nos mueva al abismo de las emociones.
Y cuando sabiamente decidimos mirar esta otra llamada y nos damos momentos para aceptar estas sobrias maravillas, tendemos pronto a enterrar en la rutina de los ratos libres a ese otro que nos ha ofrecido su abrazo tranquilo para descansar y amar. Una vez más la novela simple y transparente nos da la posibilidad de revisar, absortos en esas agridulces escenas imaginadas por el octogenario escritor, la melancolía de lo que queremos.
Aunque este post ya había sido publicado una vez en el año 2005, me alegro de haberlo recuperado milagrosamente.
Leérse a uno mismo es una buena forma de aprender a conocerse.
Leérse a uno mismo es una buena forma de aprender a conocerse.
2 Comments:
No son muchos los autores que logran con sus personajes lo que logra Benedetti.
Por eso es un placer leerlo.
Un abrazo.
Gracias por tus palabras. Me alegra que te hayan gustado los post viejos, y en general, coincido con tus opiniones.
Una sola corrección: no soy Diego, soy Daniel. Jajajaja. ¿Me confundiste con la deidad pagana del número 10 en la espalda?
Un abrazo.
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